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Gurú Tecno

Meta, China y la gran mentira tecnológica: ¿Zuckerberg vendió el alma (y los datos) al Partido Comunista?

abril 13, 2025

No, no es el tráiler de una nueva serie de Netflix ni un guion descartado de Black Mirror. Es real, es grave y está ocurriendo ahora mismo: una exdirectiva de Facebook ha encendido la mecha de un escándalo que amenaza con dinamitar los cimientos de Meta. Sarah Wynn-Williams, que trabajó desde dentro del gigante tecnológico, asegura que la compañía de Mark Zuckerberg lleva años colaborando en secreto con el gobierno chino, concretamente desde 2015.

¿En qué consiste esta colaboración? Nada menos que en el desarrollo conjunto de inteligencia artificial, herramientas de censura y acceso a datos de usuarios, todo con el beneplácito —o al menos, con la vista gorda— de los altos mandos de Meta. Y por si fuera poco, asegura que el modelo de IA LLaMA podría haber sido utilizado con fines militares por instituciones chinas. Sí, estás leyendo bien.

La denuncia, respaldada con documentos internos, salpica directamente a Zuckerberg y llega en un momento en que Estados Unidos y China ya están enfrentados en una guerra fría tecnológica por el dominio de la inteligencia artificial. Pero esta vez, el campo de batalla no es un laboratorio secreto, sino una empresa que prometió conectar al mundo y parece haberlo vendido por piezas.

Prepárate, porque lo que viene a continuación no es solo una acusación. Es un terremoto que puede arrastrar a Meta, a su CEO y a toda la industria tech a un nuevo abismo ético, político y legal.

De querer conquistar China a acabar como títere tecnológico

Allá por 2010, Mark Zuckerberg se moría por entrar en el mercado chino. Hasta aprendió mandarín para caer bien en Beijing. Pero el régimen le cerró la puerta en la cara. ¿Fin de la historia? Para nada.

Según Sarah Wynn-Williams, exdirectiva de Facebook y ahora denunciante con más documentos que un thriller judicial, Meta no se dio por vencida. Al contrario: empezaron a compartir tecnología con el mismísimo Partido Comunista Chino.

¿Lo más grave? La colaboración habría incluido:

  • Modelos de IA como LLaMA, con potencial uso militar en China.
  • Herramientas de censura para fortalecer la represión digital.
  • Acceso a datos de usuarios, potencialmente compartidos con instituciones chinas.

Meta niega, pero no convence

En un movimiento tan ambiguo como inquietante, Meta ha respondido a las acusaciones con una declaración digna de un manual de evasivas corporativas: “una parte es falsa y otra está desactualizada”. Es decir, no lo niegan del todo, pero tampoco lo admiten. Una forma elegante de decir “sí, pero no; no, pero sí”. La típica respuesta que suena a verdad a medias, justo lo que uno esperaría de una empresa que lleva años jugando al escondite con la privacidad de sus usuarios.

Lo peor es que no hay un desmentido rotundo, ni una aclaración firme, solo una sombra de duda que deja entrever que, quizás, algo de razón tiene la denunciante. El silencio en algunos casos grita más que un comunicado.

Y hablando de silencio… Mark Zuckerberg ha optado por desaparecer del mapa, como si el escándalo no tuviera nada que ver con él. No ha emitido ni un mísero tuit, post, o comunicado oficial. Tal vez está demasiado ocupado eligiendo su próxima camiseta gris o entrenando su avatar en el metaverso. O, siendo más realistas, probablemente esté con un equipo legal escribiendo su defensa con ayuda de su IA LLaMA, la misma que, según la denuncia, ya habría sido usada por el ejército chino.

Zuckerberg parece haber olvidado que ser el CEO de una de las empresas más influyentes del planeta implica dar la cara cuando toca. Especialmente cuando te acusan de poner en bandeja tecnología sensible a una potencia rival.

¿Y ahora qué?

Sarah Wynn-Williams no se ha limitado a hacer ruido mediático, ha llevado el asunto directamente al Congreso de Estados Unidos. Pide una intervención urgente, acusando a Meta de haber puesto en jaque la seguridad nacional por compartir tecnología sensible con el Partido Comunista Chino. Y no lo hace con rumores o suposiciones: asegura tener documentos internos que respaldan cada una de sus afirmaciones.

Esto ya no es solo un problema de relaciones públicas, es un posible escándalo geopolítico con implicaciones legales, éticas y estratégicas. Si lo que dice Williams se confirma, Meta podría haber cruzado una línea muy peligrosa: la que separa la innovación tecnológica de la complicidad con un régimen autoritario.

La tormenta ya se está formando sobre Capitol Hill. No sería raro ver comparecencias públicas, investigaciones federales, y un nuevo desfile de CEOs con cara de “yo no sabía nada” ante un comité del Senado. Meta podría enfrentarse a consecuencias serias, no solo legales, sino también financieras y reputacionales. Los inversores ya huelen el humo, y el incendio apenas comienza.

En definitiva, esto podría convertirse en otro capítulo oscuro —y tal vez el más grave— en la novela negra de Meta, una empresa que empezó con la promesa de “conectar el mundo” y que hoy parece más centrada en servirlo al mejor postor, aunque ese postor lleve bandera roja, cinco estrellas y un ejército digital.

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