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Gurú Tecno

China contraataca: la guerra comercial se recrudece y Apple paga los platos rotos

abril 4, 2025

¿Querías tensión geopolítica con aroma a tecnología? Pues aquí la tienes, servida en bandeja de acero inoxidable made in China. Estados Unidos lanza su nueva batería de aranceles a más de 100 países, y entre ellos, cómo no, está el dragón asiático. Un 34% de impuestos a todo lo que entre desde China. ¿Y qué hace China? Pues se ajusta las gafas, sonríe con ironía, y devuelve el golpe con la misma moneda: otro 34%. Pero con clase, claro: sus medidas entran en vigor un día después. Un pequeño detalle, puro kung-fu diplomático.

El fuego cruzado no es simbólico: es quirúrgico

Y en medio de esta guerra, con cara de “yo no fui”, está Apple. La joya de la corona de Silicon Valley. La marca cool que te vende el futuro envuelto en aluminio reciclado y márketing de precisión. Pero no olvidemos algo clave: el 90% de sus socios productores y ensambladores están en Asia. Y de ese 90%, la mayoría están en territorio chino o zonas de influencia directa.

¿El resultado? Un sándwich de doble arancel. Estados Unidos grava con un 34% los productos chinos. China hace lo mismo con lo que venga de EE.UU. ¿Y qué pasa si Apple manda materiales para fabricar en China? Que se lleva un 34% de ida, más otro 34% de vuelta. Bienvenidos al infierno fiscal del iPhone.

¿2.300 dólares por un iPhone?

Sí, lo has leído bien. No es un error tipográfico ni una exageración de barra de bar. Si estos aranceles entran en vigor sin anestesia ni vaselina fiscal, un iPhone nuevo podría escalar hasta los 2.300 dólares o 2.500 euros. Y no hablamos del modelo Pro Max Ultra Galactic Edition con cuerpo de titanio de meteorito: hablamos del modelo base, ese que hoy cuesta ya una buena pasta pero aún parece “razonable” dentro del ecosistema Apple.

¿Y por qué este subidón escandaloso? Porque hablamos de una doble penalización arancelaria. Apple importa materiales desde EE.UU. para fabricarlos en Asia. Arancel. Después ensambla en China. Otro arancel. Y luego toca reexportar a EE.UU., Europa y el resto del mundo. Suma, y te vas acercando peligrosamente al 70% de impuestos sobre el coste base de fabricación. Imagina que el iPhone base cuesta a Apple unos 500 dólares en costes de producción. Añade esos aranceles. Añade logística, distribución, márgenes. Et voilà: te sale un precio final de vértigo.

Y seamos sinceros: ni los más fanáticos de Cupertino tragan con eso. Porque una cosa es pagar por diseño, innovación y ese halo aspiracional que solo Apple sabe crear. Y otra muy distinta es tirar de tarjeta a plazos para financiar una guerra comercial que ni entiendes ni te incumbe.

Apple juega con fuego si decide repercutir ese coste al consumidor. Porque incluso su clientela más fiel empieza a tener límites. Y en un mercado cada vez más saturado de smartphones top, con rivales que ofrecen muchísimo por mucho menos (hola, Xiaomi 14 Ultra), subir el precio del iPhone puede ser un suicidio comercial camuflado de exclusividad.

¿Te imaginas la próxima Keynote con Tim Cook anunciando “el iPhone más caro de la historia”? ¿Y la ovación de los accionistas? Tal vez. Pero el consumidor medio… ese ya está en Amazon mirando opciones con Android y una sonrisa cínica.

Apple: el objetivo con diana en la espalda

Olvídate del hype habitual. El iPhone 17 no llegará bajo focos y aplausos… sino bajo una tormenta geopolítica de proporciones bíblicas. Si las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China siguen escalando, el próximo iPhone nacerá ya condicionado por este nuevo orden mundial. Y lo mismo aplica al nuevo Mac que podría debutar en la WWDC25: no es un producto, es una víctima potencial.

¿Por qué? Porque el 92% de los proveedores de Apple están en Asia, y más de la mitad en China continental o zonas geopolíticamente sensibles. Lo que normalmente es una maquinaria de precisión milimétrica –diseño en Cupertino, fabricación en Asia, distribución global– ahora se convierte en un juego de dominó sobre una cuerda floja.

Los jugadores clave en esta partida… y por qué su pasaporte importa

  • TSMC (Taiwán): el rey absoluto del silicio. Sin sus chips, no hay cerebro para ningún dispositivo Apple. TSMC fabrica los procesadores de las series A (para iPhone) y M (para Mac y iPad). ¿El problema? Taiwán es un polvorín diplomático. Si las cosas se tuercen entre China y EE.UU., el acceso a TSMC podría verse comprometido.
  • Foxconn (China): el gran ensamblador de Apple. Monta millones de iPhones cada trimestre. Es, literalmente, la cadena de montaje de la manzana. ¿Y dónde está su infraestructura? En el corazón industrial de China. Con los nuevos aranceles, cada iPhone ensamblado allí podría llevar un sobrecoste añadido solo por el lugar donde fue ensamblado.
  • Samsung y LG (Corea del Sur): los proveedores estrella de pantallas OLED, chips de memoria y módulos de cámara. Son socios clave… pero no ajenos al temblor geopolítico. Corea, aunque aliada de EE.UU., también navega sus propias tensiones con China. Y en caso de una escalada, sus exportaciones también podrían verse afectadas.
  • SK Hynix, Murata, Goertek, Luxshare, BOE, Pegatron…: la lista de proveedores asiáticos parece interminable. Todos esenciales. Todos vulnerables. Y si uno falla, el efecto dominó impacta en la cadena entera. Apple lo sabe, por eso lleva años tratando de diversificar. Pero esa transición es lenta y cara.

No se trata solo de piezas: se trata de sincronía

Fabricar un iPhone no es juntar piezas: es orquestar una cadena de suministro global con precisión quirúrgica. Si falla uno de los eslabones (una pantalla, un conector, un módulo de cámara), el lanzamiento global se tambalea. Y con aranceles del 34% en cada extremo, esa cadena se convierte en una trampa mortal financiera.

Por eso el iPhone 17 podría no ser simplemente más caro: podría llegar más tarde, en menos cantidades y con menos márgenes para Apple. Lo mismo vale para los nuevos Mac o incluso las Vision Pro, que también dependen de estos mismos proveedores.

El futuro de Apple ya no se juega solo en sus laboratorios de diseño, sino en las oficinas de comercio exterior de Beijing y Washington. Y esa es, quizás, la variable más impredecible de todas.

Tres salidas, y ninguna es buena

Apple tiene tres caminos, pero todos llevan a un destino feo:

  1. Absorber costes: menos beneficios, menos sonrisas en Wall Street.
  2. Subir precios: adiós al consumidor medio.
  3. Mudarse de China: India y Vietnam aún no están listos para el baile grande.

Y mientras tanto, Huawei y Xiaomi ganan terreno en casa. El “Made in China” ya no es sinónimo de barato, sino de competitivo. Y el consumidor chino, cada vez más patriótico, no se anda con rodeos.

La tormenta perfecta… y Apple en el ojo del huracán

Apple ya ha capeado vendavales. Ha visto caer las ventas del iPhone, ha bajado precios en China intentando agradar a un público cada vez más nacionalista, y ha esquivado (con éxito limitado) guerras comerciales anteriores. Pero lo que se viene ahora no es un temporal pasajero: es un huracán geopolítico de categoría 5.

Esto no es solo una guerra de aranceles. Es una guerra de símbolos, de hegemonías, de dominio global. Un pulso entre dos superpotencias donde las marcas como Apple son solo fichas, por muy valiosas que sean, en un tablero que se está desmoronando.

Y en este contexto, mantener el ecosistema Apple puede convertirse en un lujo injustificable, incluso para los más leales. Porque lo de pagar 2.300 dólares o 2.500 euros por un iPhone ya no es una predicción exagerada. Es lo que puede costar seguir alimentando una cadena de suministro diseñada para un mundo globalizado… que ya no existe.

Si no se rebaja la tensión, prepárate para un nuevo escenario donde los lanzamientos de Apple llegan con más retrasos, menos stock, precios absurdos y una percepción de marca cada vez más elitista. Una Apple más aislada, más cara y más vulnerable. Porque el futuro ya no depende solo de lo que se diseña en Cupertino, sino de lo que se decide en los despachos de Washington y Pekín.

Así que ya lo sabes: si no hay tregua… más te vale empezar a ahorrar desde ya para el iPhone 17, o hacer algo mucho más revolucionario: cuestionarte si realmente lo necesitas.

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