
Mientras debatimos si las pantallas son las culpables del desplome académico, la ansiedad adolescente o la pérdida de atención, el negocio del malestar sigue batiendo récords. Las tecnológicas nos venden dopamina envuelta en pantallas de cristal líquido, y nosotros picamos una y otra vez. ¿Responsables? Todos. ¿Víctimas? También.
El miedo a las pantallas… pero con el móvil en la mano
Una tribuna reciente en El Mundo —que mi compañero y amigo Domingo tuvo el acierto de señalarme— se pregunta si las pantallas son realmente responsables de la “fragilidad académica y emocional” de los alumnos. La respuesta honesta sería un incómodo “no lo sabemos del todo”. Pero el debate ya no va de ciencia, sino de narrativa: el discurso del miedo vende más que cualquier estudio longitudinal.
El “pánico moral” a la tecnología no es nuevo. En los 80, se culpaba a los videojuegos de la violencia juvenil; en los 2000, a internet de la soledad; ahora, el enemigo público número uno son las pantallas. Pero hay una diferencia: esta vez el enemigo se ha fusionado con nuestro sistema nervioso.

No hablamos solo de entretenimiento. Hablamos de interfaces diseñadas para secuestrar la atención, de algoritmos que saben más de tu dopamina que tu terapeuta. Y lo más irónico es que los mismos que denuncian el problema lo monetizan en YouTube o TikTok con vídeos de “cómo dejar el móvil”.
La adicción al scroll: el negocio más rentable del siglo XXI
La llamada “fragilidad emocional digital” no es casualidad: es modelo de negocio. Cada notificación, cada vibración, cada “me gusta” activa los mismos circuitos cerebrales que una dosis de nicotina. No es una metáfora, es neurobiología.
Las big tech no compiten por mejorar tu productividad, sino por colonizar tu tiempo muerto. Si estás aburrido, ya han ganado. El resultado: generaciones enteras con déficit de atención inducido, agotamiento informativo y ansiedad por validación digital.
El filósofo Gregorio Luri lo dice elegante; nosotros lo decimos claro: «Las pantallas no te roban la atención. Te la compran. Barata.»
La paradoja educativa: más conectados, menos concentrados
Escuelas llenas de tablets, alumnos hiperconectados y profesores compitiendo contra TikTok por 8 segundos de atención. El sistema educativo creyó que introducir tecnología era sinónimo de modernización, pero olvidó enseñar lo esencial: gestionar la distracción.
¿Resultados?
- Lectura superficial en aumento.
- Pensamiento crítico en caída libre.
- Alumnos que pueden editar un vídeo en 4K pero no mantener un hilo argumental de tres párrafos.
Y mientras tanto, el mercado “edtech” celebra récords de facturación. Porque cuanto más frágil es el estudiante, más dependiente es del siguiente curso, app o método milagroso para “mejorar su enfoque”.

El capitalismo de la atención: cuando el malestar se cotiza
Cada crisis emocional genera un nuevo servicio digital:
- ¿Ansiedad? App de mindfulness.
- ¿Soledad? Red social.
- ¿Aburrimiento? Streaming infinito.
- ¿Falta de concentración? Curso online para “entrenar tu cerebro”.
El capitalismo del siglo XXI ya no necesita venderte cosas, sino emociones. Y lo hace empaquetando bienestar en píxeles de alta definición.
La verdadera fragilidad no está en los adolescentes: está en una sociedad incapaz de desconectarse ni siquiera para descansar.
La otra cara del píxel: tecnología como herramienta, no como jaula
Sí, las pantallas pueden distraer, agotar y aturdir. Pero también son la mayor herramienta de conocimiento, creatividad y conexión que ha tenido la humanidad. No se trata de demonizarlas, sino de reapropiarnos de ellas.
La tecnología no es el enemigo: el problema empieza cuando dejamos que otros decidan cómo, cuándo y para qué la usamos. En las manos adecuadas, un smartphone no es un chupete digital, sino un microscopio para explorar el mundo.

La misma red que amplifica la desinformación también permite que miles de personas aprendan programación, música, ciencia o arte sin pagar una fortuna. La IA que genera adicción también puede crear prótesis neuronales, descubrir medicamentos, o traducir conocimiento entre idiomas en tiempo real. Y las redes sociales —sí, incluso ellas— pueden ser escaparate de talento, voz de denuncia o laboratorio de ideas que antes no tenían espacio en los medios tradicionales.
El reto no es apagar las pantallas, sino encender la conciencia digital. Aprender a mirar sin ser mirados, a consumir sin ser consumidos, y a usar la tecnología como extensión del pensamiento, no como sustituto.
En Gurú Tecno creemos que la tecnología no te quita libertad: te la amplifica, si sabes pilotarla.
Así que sí: reflexionemos, cuestionemos y hablemos claro sobre sus sombras… Pero también sigamos celebrando su luz, porque sin tecnología no habría progreso, ni arte digital, ni IA, ni este mismo espacio donde tú y yo estamos pensando juntos ahora.
Conclusión Gurú Tecno: el enemigo no son las pantallas, sino el reflejo
El miedo a las pantallas es una forma cómoda de no mirar el verdadero problema: la dependencia estructural de la atención como moneda digital.
Mientras discutimos si los jóvenes “usan demasiado el móvil”, los adultos revisan el correo a medianoche, los políticos hacen campaña en X, y las empresas monitorizan hasta nuestros pasos para vendernos zapatillas.
No necesitamos menos pantallas. Necesitamos más conciencia de quién controla lo que vemos, sentimos y creemos. Porque si no pagas por el producto, tú eres el producto, y tu atención es el dividendo más rentable de la historia.
“Las pantallas no nos quitan tiempo. Nos lo revenden a crédito con intereses en dopamina.”
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