
Si ayer lunes 28 de abril de 2025 fuiste uno de los millones de afectados por el apagón masivo que golpeó gran parte de España y Portugal (una situación de la que ya te informamos detalladamente aquí en Gurú Tecno, seguramente oíste o leíste el término «cero energético».
Pero, ¿qué significa exactamente esta expresión que describe el colapso del sistema eléctrico? ¿Qué pudo causar el caos de ayer y por qué la recuperación del suministro es un proceso tan desesperadamente lento? ¡Te lo explicamos!
«Cero energético»: definiendo el colapso
El término «cero energético» suena apocalíptico, y para la red eléctrica, lo es. Describe ese momento crítico en que el flujo de energía en una gran parte del sistema se interrumpe drásticamente, llegando a cero o a niveles residuales incapaces de mantener el servicio. Pero no es un simple apagón de barrio; es un fallo sistémico a gran escala. Para entenderlo, hay que recordar que la red eléctrica es como un organismo vivo que funciona en un equilibrio constante y extremadamente delicado: la cantidad de energía que se genera en las centrales debe ser exactamente igual a la cantidad que se consume en hogares e industrias en cada instante.
Este equilibrio se mantiene controlando principalmente dos parámetros vitales: la frecuencia (que en Europa debe ser de 50 Hercios (Hz) con una tolerancia mínima) y la tensión (el «voltaje»). Cualquier perturbación grave que rompa bruscamente ese equilibrio entre generación y demanda puede desencadenar el colapso.
¿Qué sucede a nivel técnico durante un evento como el de ayer? Cuando ocurre un fallo grave –la caída de una línea de muy alta tensión importante, la desconexión súbita de una o varias grandes centrales eléctricas, un ciberataque exitoso a sistemas de control– se produce un desequilibrio masivo e instantáneo. Si se pierde mucha generación de golpe, la demanda supera a la oferta y la frecuencia de la red empieza a caer en picado (por debajo de los 50 Hz). Si, por el contrario, se pierde una gran carga o una línea de evacuación clave, la generación puede superar a la demanda y la frecuencia sube peligrosamente. Desviaciones grandes y rápidas de frecuencia o problemas asociados como un colapso de tensión (caída brusca del voltaje en zonas de la red por falta de potencia reactiva o sobrecargas) son detectados por sistemas de protección automáticos (relés). Estos actúan en milisegundos para desconectar líneas, generadores o incluso cargas (consumidores) con el fin de proteger los equipos carísimos (evitar que se quemen generadores o transformadores) y intentar aislar el problema inicial.
El problema es que, en eventos muy severos, estas actuaciones automáticas de protección, aunque imprescindibles, pueden no ser suficientes o incluso agravar el desequilibrio en otras partes de la red. Desconectar una línea puede sobrecargar otras líneas cercanas, que también acaban disparándose por protección. Desconectar generación aumenta el déficit de potencia, haciendo caer más la frecuencia. Se inicia así un efecto dominó o fallo en cascada. Los generadores que quedan conectados pueden perder el sincronismo con el resto de la red (dejar de girar «a la vez») y se desconectan automáticamente para protegerse. Zonas enteras de la red pueden intentar aislarse eléctricamente (formar «islas») para intentar sobrevivir, pero a menudo estas islas quedan también desequilibradas internamente y acaban cayendo. Si esta cascada de desconexiones no se logra detener a tiempo por los mecanismos de control y las acciones de los operadores del sistema (como REE), el resultado final es el colapso generalizado y la llegada al temido «cero energético» en una vasta área geográfica.

¿Qué pudo causar el apagón masivo de ayer?
Aunque la investigación oficial determinará las causas exactas del evento de ayer, un colapso de esta magnitud suele originarse por uno o varios factores graves:
- Fallos en infraestructuras críticas: Averías graves en grandes centrales de generación, líneas de muy alta tensión que conectan regiones o países, o subestaciones eléctricas clave.
- Eventos climáticos extremos: Aunque quizás menos probable en esta época, grandes tormentas u otros fenómenos pueden dañar físicamente la infraestructura.
- Grandes desequilibrios oferta-demanda: Una desconexión repentina de una gran fuente de generación o un pico inesperado de demanda pueden desestabilizar la red y provocar un fallo en cascada si las protecciones no actúan correctamente.
- Ciberataques: En nuestro mundo conectado, un ciberataque coordinado contra la infraestructura de control del sistema eléctrico es una amenaza creciente y una posible causa que no se puede descartar hasta que finalice la investigación.
Las consecuencias: el caos que vivimos ayer
Las consecuencias de un «cero energético» como el que sufrimos ayer, no son una simple molestia; son la parálisis casi total de la sociedad moderna, un caos que se extiende rápidamente por todos los ámbitos. En cuestión de segundos, gran parte de España y Portugal se sumieron en una situación crítica que afectó a millones de personas de múltiples maneras, tal y como reflejaban las crónicas y testimonios:
El transporte fue uno de los primeros en colapsar. Los semáforos apagados convirtieron las intersecciones de las ciudades en un caos circulatorio peligroso, con atascos monumentales y un aumento del riesgo de accidentes. Los sistemas de Metro, tranvías y trenes de cercanías eléctricos se detuvieron en seco, dejando a miles de pasajeros atrapados en túneles o estaciones, sin información clara sobre cómo continuar sus trayectos. Los trenes de larga distancia también sufrieron paradas y retrasos masivos, afectando a la movilidad entre regiones. Incluso los aeropuertos, aunque cuentan con potentes sistemas de respaldo, reportaron incidencias en la gestión de equipajes o en los servicios de terminal por la inestabilidad inicial.
A la vez, las comunicaciones se convirtieron en una auténtica odisea. Las redes de telefonía móvil se congestionaron brutalmente por el aumento de llamadas y el intento masivo de usar datos, volviéndose lentas o directamente inoperativas a medida que las antenas agotaban sus baterías de respaldo. El internet fijo (ADSL, fibra) murió para millones de hogares y empresas en cuanto los routers y la infraestructura de red local perdieron alimentación. En casa, la situación nos devolvió a otra época: sin luz para las tareas más básicas, sin calefacción ni aire acondicionado, con la comida en neveras y congeladores empezando a correr peligro de estropearse. Los ascensores se detuvieron, a menudo con gente dentro, requiriendo la intervención de bomberos. En muchos edificios y zonas, incluso el suministro de agua potable se vio afectado al pararse las bombas eléctricas necesarias para su distribución. Y, por supuesto, cargar el móvil se convirtió en una misión prioritaria y complicada.
La economía se congeló casi por completo. Comercios, supermercados y centros comerciales tuvieron que echar el cierre al no funcionar ni la iluminación, ni las cajas registradoras, ni los sistemas de pago electrónico (datáfonos). Los cajeros automáticos quedaron fuera de servicio, impidiendo el acceso a efectivo en un momento donde el pago con tarjeta era imposible. Las fábricas y la producción industrial se detuvieron, generando pérdidas económicas enormes por cada hora de inactividad.
Mientras tanto, los servicios críticos operaban bajo máxima presión. Los hospitales activaron inmediatamente sus generadores de emergencia, vitales para mantener quirófanos y unidades de cuidados intensivos, pero conscientes de que sus reservas de combustible son limitadas. Los servicios de emergencias (policía, bomberos, sanitarios) vieron multiplicadas sus intervenciones para atender accidentes, rescates, problemas médicos y mantener la seguridad en ciudades a oscuras, todo ello con la dificultad añadida de las comunicaciones deficientes.
En definitiva, el «cero energético» de ayer demostró de forma brutal cómo toda nuestra infraestructura y modo de vida penden de un hilo eléctrico constante, y cómo su interrupción generalizada provoca una parálisis sistémica, un caos social y un agujero económico de primer orden en cuestión de minutos.
La lenta recuperación: ¿Por qué tarda tanto en volver la normalidad?
Como comprobamos ayer, la luz se fue en un instante, pero la recuperación del suministro fue (y en algunas zonas, puede que aún lo sea) un proceso lento y paulatino. Esto no es por capricho, sino por la complejidad técnica de reiniciar una red eléctrica colapsada:
- Diagnóstico y aislamiento: Primero hay que identificar y aislar el fallo original.
- Arranque en Negro (Black Start): Poner en marcha centrales capaces de arrancar sin energía externa.
- Re-energización gradual: Devolver tensión a la red por fases y zonas controladas para evitar nuevas sobrecargas.
- Sincronización y estabilización: Asegurar que toda la red recupera la frecuencia (50 Hz) y el voltaje correctos antes de reconectar todo. Este proceso, coordinado por operadores como Red Eléctrica de España (REE), requiere tiempo y precisión para evitar que el sistema vuelva a caer.
No era la primera vez: casos reales (Canarias, un clásico)
Aunque el apagón masivo de ayer en la península haya puesto los pelos de punta a muchos, aquí en Canarias, lamentablemente, la experiencia de un gran apagón o un ‘cero energético’ nos resulta una vieja conocida. Nuestra condición de sistemas eléctricos aislados (cada isla o grupo de islas depende de sí misma, sin la interconexión masiva de la península que ofrece más respaldo) nos hace intrínsecamente más vulnerables a fallos que provoquen un colapso total del suministro en una isla entera. La caída de una sola central o línea principal puede tener consecuencias mucho más drásticas y difíciles de gestionar que en un sistema mallado continental.
Tenerife, la isla más poblada, ha sido protagonista recurrente de estos eventos. Imposible olvidar el apagón TOTAL que dejó a toda la isla a oscuras durante horas en septiembre de 2019, un caos que aún se recuerda. Y más recientemente, el ‘cero energético’ que afectó principalmente al sur de la isla en junio de 2020, un incidente cuyas consecuencias e impacto llevaron al Gobierno de Canarias a imponer una multa de 8 millones de euros a Red Eléctrica de España (REE) por su responsabilidad en la gestión del sistema y la lenta recuperación.
Y no solo Tenerife. Islas más pequeñas como La Gomera han vivido situaciones aún más críticas. ¿Quién no recuerda el verano de 2023? Un fallo en la central principal dejó a toda la isla colombina sin suministro eléctrico durante varios días, con zonas recuperando la luz muy lentamente, evidenciando la extrema fragilidad de los sistemas más pequeños y aislados y la enorme dificultad logística para solucionar averías graves y restablecer el servicio. Aunque quizás con menos frecuencia o impacto mediático reciente, ninguna isla del archipiélago está exenta de sufrir problemas graves que pongan en jaque el suministro.

Estos episodios canarios, junto al reciente de España y Portugal, nos recuerdan que los apagones masivos, aunque infrecuentes a gran escala, no son exclusivos de aquí. Han ocurrido en todo el mundo y demuestran la complejidad de mantener estables las redes eléctricas: Italia dejó a 57 millones sin luz en 2003 por un fallo en una línea; India vivió el caos absoluto en 2012 afectando a 700 millones por sobredemanda; y Chile sufrió uno importante en febrero de este mismo año 2025. Mantener las luces encendidas es un desafío tecnológico global constante.
La ley ante los apagones
La Ley del Sector Eléctrico en España considera la interrupción del suministro sin causa justificada o sin seguir los procedimientos como una infracción muy grave, sujeta a fuertes sanciones. La investigación determinará si hubo responsabilidades en el apagón de ayer.
Análisis Gurú: la lección del apagón de abril
El evento de ayer es un brutal recordatorio de nuestra extrema dependencia de la electricidad y la fragilidad inherente de sistemas tan complejos como la red eléctrica interconectada. Nos obliga a reflexionar sobre la necesidad de invertir en resiliencia: redes más robustas y malladas, mejores sistemas de protección, planes de recuperación más rápidos y, por supuesto, ciberseguridad robusta para la infraestructura crítica. También nos recuerda la importancia de estar mínimamente preparados a nivel individual.
Conclusión: entendiendo el día que nos quedamos a oscuras
El «cero energético» que vivimos ayer fue un evento disruptivo que paralizó gran parte de la península. Entender qué significa este término, sus posibles causas (desde fallos técnicos a ciberataques) y por qué la recuperación es lenta, nos ayuda a comprender la complejidad de la red que nos da energía cada día y la importancia vital de su estabilidad y seguridad.
¡Tu experiencia con el apagón!
¿Cómo viviste el apagón de ayer? ¿Te afectó mucho? ¿Qué opinas sobre la gestión de la recuperación? ¿Te preocupa la seguridad de nuestra red eléctrica? ¡Comparte tu experiencia y reflexiones en los comentarios!
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